- Martes 28 de
enero de 2003 -
La aparición de
Gustavo en el Apeadero Alberdi fue algo así como un milagro.
Unos minutos de más hubiesen sido la diferencia entre seguir el
viaje por el Chaco o abandonarlo definitivamente.
Nos acomodamos en el coche motor y sacamos dos pasajes: uno para
hacer el sector local, y otro para ir a La Sabana, aunque en
realidad íbamos a hacer ambos trayectos en el mismo tren,
compuesto por el Ferrostaal remolque (sin modificar) y el motriz MAN (en
este caso, empujando a la cola).
Mientras esperábamos en Cacuí, apareció un local desde Puerto
Tirol, con las unidades F1 y F3.
Una vez que los pasajeros y las encomiendas estuvieron a bordo,
nos pusimos en marcha. Tras recoger algunas personas de un paso
a nivel cercano a la estación, nos alejamos del pueblo de
Fontana, girando finalmente a la izquierda, separándonos del
ramal a Roque Sáenz Peña.
Por el ramal a Roque Sáenz Peña corren trenes de carga de la
empresa Belgrano Cargas S.A., pero por nuestro ramal a La Sabana
solo transitan los coches de SEFECHA. Es decir, antes que
arrancara SEFECHA, la vía estaba totalmente en ruinas. Los
últimos trenes que corrieron por este sector fueron los carga
con coche que venían desde Santa Fe. Lo hicieron hasta mitad de 1992.
Recién en 1998 SEFECHA -empresa estatal de la provincia- comenzó
la recuperación del ramal para la operación con coches motores.
SEFECHA: Un viaje a
la aventura
Sin dudas éste es el tipo de viaje que vale la pena: un ramal
solitario, un coche motor cargado de gente y encomiendas de todo
tipo, un atardecer de verano. Realmente, un viaje de aventura como
pocos se pueden encontrar en Argentina hoy día.
Por supuesto nos dirigimos a la cabina, donde ingresamos sin
problemas ya que los mismos conductores nos invitaron a pasar para
que disfrutemos del paisaje de la mejor manera posible. Íbamos con
la puerta abierta para, de esa forma, airear el coche que el sol
castigaba con sus rayos briosos.
Al rato de andar, a unos 50 km/h., pasamos el primer puente sobre un
arroyo. Con la bocina de camión del Ferrostaal, fuimos alertando de
nuestra aproximación a una campesina. La mujer aguardaba en medio de
la nada la llegada del coche motor.
(IZQ: Tren local F1 + F3 entrando a Cacuí - DER: Primer puente en el
ramal a Los Amores)
"Generalmente ya sabemos donde está la gente esperando. Nos guiamos
por palos o referencias muy ocultas que solo nosotros conocemos"
(afirmaba el conductor que debía estar mas que atento). Una vez que
la muchacha subió a la formación, el conductor movió el comando
(parecido al de un tranvía), y detrás nuestro se escuchó un
"Clamp"... Era la mandíbula del MAN que empezaba a empujarnos para
seguir viaje rumbo Oeste.
La cabina del coche Ferrostaal es mucho mas amplia que la del MAN, y
en ella se transporta pan y algunos víveres que son enviados a
diario por el Gobierno del Chaco para poblaciones aisladas del
ramal.
Al ratito llegamos a Gral. Donovan (ver foto de inicio de la nota).
Nadie subió, nadie bajó. En realidad, ese no era un día de mucho
ajetreo, ya que "la movida" es los fines de semana.
El motor del MAN nuevamente se puso en marcha y seguimos
adentrándonos en los confines litoraleños. A los costados, se
sucedían pequeños focos de incendio como los que había visto desde
el NOA unos días atrás.
La dupla levantó unos formidables 60 km/h., sobre una vía que
parecía desarmarse en cualquier momento: un par de rieles ultra
livianos y algunos durmientes que emergían debajo del balasto de
tierra componían nuestro camino.
Como sucede en todos los ramales, se nos aparecieron animales
sueltos, obstáculo importante para una dupla de coches livianos.
Bajamos la velocidad e hicimos sonar la bocina reiteradas veces
hasta que los caballos se espantaron. Después de esto, retomamos
velocidad y pasamos por el segundo puente del ramal, esta vez sobre
el Río Salado. El puente es tipo jaula (cerrado), una curiosidad por
esta zona.
Nos detuvimos en un lugar selvático para dejar descender unos
cuantos pasajeros. Cuando arrancamos, vimos que en verdad nos
encontrábamos parados en la estación Fortín Cardozo, la que estaba
totalmente destruida y metida en esa selva.
(Parada "Desvío Km. 523". En este lugar dejamos el pan que
llevábamos en la cabina del Ferrostaal)
Tomamos una curva a la derecha y tras un rato de marcha llegamos a
otra estación: Desvío Kilómetro 523. Aquí bajamos el pan y los
alimentos que enviaba el gobierno. A los alrededores de la estación,
solo apreciamos monte y desolación. Ni siquiera vimos la huella de
algún vehículo: "Acá solo llega SEFECHA" nos aclaraba don Carlos, un
hombre de unos 60 años que viaja todos los días de Charadai a
Resistencia.
Con Gustavo nos dirigimos al coche MAN para cambiar de ambiente por
un rato. Este coche tiene una suspensión mucho mas suave que su
compañero y las comodidades son mejores. Sus comandos son más
modernos, aunque, en contrapartida, su cabina es chica e incómoda.
Según contaba el guarda del tren (que vendía pasajes a bordo a todos
SIN EXCEPCIÓN), a la unidad Ferrostaal sin modificar la ponen
adelante, para este servicio, por "la calor", ya que el coche
con su puerta abierta se
ventila mejor y hace mas ameno el viaje.
(Pasajeros y encomiendas en la unidad motríz "MAN"... ¡Hasta
azulejos llevaban!)
En la recorrida por el tren, vimos
con sorpresa que además de pasajeros, viajaban encomiendas de todo
tipo, tales como alimentos, gaseosas, materiales para la
construcción, etc.
Mientras filmaba el interior de los coches, noté la cara de asombro
de todos los chicos que comentaban entre ellos nuestra presencia.
Recibí la clásica pregunta "¿en qué canal sale?" a lo que respondí
que era un simple viajero que quería conocer el tren y los pueblos
del sudeste chaqueño. ("por qué no se irá a Mar del Plata y se deja
de joder" habrán pensado...).
El sol comenzó a caer lentamente, alargando la sombra del pequeño
tren que continuó su marcha por una zona de palmares.
Nos detuvimos en la estación Gral. Obligado, donde aguardaban unas
20 personas para abordar la formación. En vía segunda, una zorra con
remolque descansaba, para trabajar al día siguiente con la cuadrilla
local.
El pequeño pueblo se veía sereno y uniforme, como si siempre hubiese
tenido tren. Las señales del cuadro de estación no existen más, pero
no importa, hoy por hoy el pueblo cuenta con un servicio que ni
siquiera en los tiempos de Ferrocarriles Argentinos pudo tener, y
gracias a la buena voluntad y decisión; la que debería ser el
ejemplo para las demás provincias argentinas.
Es costumbre mía ponerme a filosofar con frases como "pensar
que...", y esa tarde me decía a mi mismo, "pensar que estos rieles
permanecieron años tapados de malezas, totalmente oxidados, y ahora,
si bien es cierto que muchas cosas cambiaron, están brillando como
en aquellos años".
Por esos rieles que muchos políticos quisieron olvidar, ahora
estábamos marchando y uniendo pueblos... Aquel Ferrostaal que anduvo
paseando por la Isla de Palma de Mallorca (España) ahora viajaba
hacia los confines en tierra sudamericana... ¡Por fin se desvirgaron
estos coches!, comentábamos entre chistes con el guarda y el
conductor (en realidad, ambos hacen lo mismo, o sea, se relevan
entre ellos y realizan los dos trabajos juntos).
Tomamos una curva a la izquierda (FOTO) y salteamos una serie de
alcantarillas por una zona de bañados. Los palmares quedaron atrás.
A Cote Lai la encontramos bastante bien en lo que respecta a pintura
y estado general. Además, todos sus cambios están en uso ya que aquí
hay otra cuadrilla que trabaja en el mantenimiento de estos tramos
y utilizan zorras con remolque.
El conductor había comenzado a mover el controller tranviario,
cuando se escuchó una bocina de moto... Era un motoquero que venía
avisando desde la calle que lo esperáramos. Así fue que paramos casi
al final del andén y nos acercamos a ayudarlo a cargar la moto al
furgón del MAN. Mientras tanto, los pasajeros seguían charlando en
los salones generando un clima muy tranquilo y agradable. Qué
lástima que acá, en el Gran Buenos Aires, no podamos subirnos a un
tren así (tan ameno).
A la salida de Cote Lai pasamos otro puente sobre un arroyo y
después de andar un largo trecho, paramos en la estación Río
Tapenaga, totalmente destruida, aunque actualmente ocupada y
remendada con elementos precarios. Partimos de ese lugar, tomamos
una curva a la derecha y pasamos encima del Río Tapenaga, por un
puente parecido a los anteriores, siendo éste el último dentro del
ramal.
(Puente sobre el río Tapenaga. Este puente es
idéntico al de los
arroyos anteriores)
Mas allá del puente, se comenzó a divisar un grupo de personas sobre
la vía. Era una familia entera que se dirigía a Charadai y aguardaba
en un paso a nivel al que llegaron a caballo (¿sería el desvío km.
474?).
Rodeados de un pastizal altísimo, nos dispusimos a seguir viaje por
la llanura chaqueña, totalmente desolada, como la imaginaba. El sol,
que ya se estaba ocultando, prometía dar un espectáculo de colores
en el horizonte solitario de esta tarde chaqueña. Una tarde común
para todos los oriundos de la zona, pero muy especial para nosotros
dos, que vivíamos la primer jornada de una experiencia inolvidable.
A nuestra izquierda apareció un camino de tierra por el que nos
seguía una trafic blanca. Sin darnos cuenta, empezamos a disputar
una carrera, la cual vencimos fácilmente, ya que el camino de tierra
está en pésimas condiciones. Pero nosotros, a pesar de nuestras vías
emparchadas a pulmón, pudimos circular a más de 60 km/h., siendo los
pioneros de la zona en lo que se refiere a transporte terrestre (y
eso lo asegura cualquier persona, sin discusión).
Finalmente, llegamos a la localidad más importante del ramal: Charadai. Aquí descendieron casi todos los pasajeros y también
bajamos la moto que había subido en Cote Lai. Solo una nena con su
madre ascendió al coche para dirigirse a La Sabana, nuestra próxima
parada y final del recorrido.
A la salida de Charadai pudimos observar la vía que iba a Villa
Ángela, un triángulo que actualmente es utilizado para invertir
coches, y el galpón de locomotoras totalmente destruido. Siguiendo
el trayecto, paramos en un paso a nivel donde descendieron algunas
personas, en las afueras de la ciudad. Finalmente, partimos hacia el
confín de esta aventura.
(IZQ: Aquí vemos el terraplén de lo que fue el ramal a Villa Ángela.
Ahora se usa de sendero)
Yo iba "perdido" en el mapa, no sabía específicamente cuantas
estaciones íbamos a pasar y cuanto faltaba para llegar. En los
coches, solo quedaban unas 6 personas, quienes ya comentaban sobre
nuestra presencia. Ustedes saben que en estos lares, todos se
conocen.
A pasitos de La
Sabana
De pronto, el coche motor se detuvo y comenzó a ir marcha atrás.
¿qué pasó?. Resultó ser que los conductores vieron una familia de
patos cruzando la vía y decidieron volver para cazarlos. A pesar de
que esta maniobra nos demoró unos minutos y la cacería resultó
fallida, a nadie se le ocurrió quejarse o ponerse de mal humor por
esta cómica situación. Es más, yo aproveché y bajé del tren, me
adelanté unos 100 mts. y filmé la formación acercándose a mi en
medio de esa jungla de pastos y bichos peligrosos. Hacer estas
cosas, nos demuestra que en cierta parte del viaje, se rompe el
protocolo con el que se inicia.
Anduvimos un rato más hasta que apareció un pueblo. Dejamos dos
pasajeros en el paso a nivel, previo a los cambios, y finalmente
entramos... Le pregunté a Gustavo: ¿En dónde estamos?, me contestó
"Llegamos a La Sabana". Uuuuh... No me imaginaba un lugar
tan pequeño.
La llegada a La Sabana fue fantástica. Lo asombroso de saber que
íbamos a pasar la noche en un lugar inhóspito le dio un tono aún mas
aventurero al final de este primer trayecto.
Tras tomar un par de fotos y saludar al personal de conducción, nos
arrimamos al pueblo en busca de un teléfono público. Encontramos
uno dentro de una vivienda (¡sí, la cabina estaba en el living de
una casa!). Llamamos a nuestra familia para avisar que estábamos
vivos y de ahí partimos al único almacén que hay en La Sabana.
Pedimos queso y jamón (200 gramos de cada uno) y la paisana nos
cortó a cuchillo dos pedazos de cada uno, ya que no tenía máquina
para hacerlo.
(La camioneta blanca vino en busca de la cal y los azulejos que
venían en el coche MAN)
Con Elvis (apodo de Gustavo) nos volvimos a la esquina
lindante a la estación, para comer. Saqué la navaja que me prestó mi
abuelo para el viaje y con eso cortamos el pan y el fiambre.
Mientras Gustavo luchaba con los mosquitos que se habían empecinado
en hacerlo sufrir, la gente se acercaba al lugar donde estábamos
sentados. Hicimos una rueda estilo fogón de campamento y empezamos
a explicar el motivo de nuestra visita. Aunque resulte increíble, el
mismo comisario nos invitó a pasar la noche en la dependencia para
descansar antes que regrese el tren (a las 4 de la mañana). Le
agradecimos, pero preferimos estar cerca del tren, no fuera que nos
volviera a ocurrir "La Gran Elvis en Los Amores".
Nos despedimos de los vecinos, con quienes mantuvimos una charla
espectacular, y nos dirigimos a la estación. Eran las once de la
noche pero parecían las tres de la mañana... Tal vez por el silencio
y la tranquilidad.
Los conductores ya habían cenado. Nos arrimamos a saludar y, al
vernos éstos en tan penosa situación (estábamos "en bolas", es
decir, sin lugar para dormir), nos alcanzaron un colchón de una
plaza, el que acomodamos en el furgón del Ferrostaal. ¡Miren si hay
gente macanuda!.
Bajo el cielo estrellado de la noche sabanera, caímos rendidos,
después de haber pasado un día con muchas emociones. Este fue el
primer sueño de verano de nuestra travesía por la Llanura Chaqueña.