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Tercera y última parte:
Buscarril Aiquile-Cochabamba
Texto y
fotos: Fede Pallés
(El
siguiente relato fue escrito y editado entre marzo y junio de 2011 -
No posee modificaciones desde entonces)
¡También existe!
Con las últimas
luces del día salí de Sucre, después de haber llegado con el
buscarril desde Potosí. Pegué una oferta de la empresa
de buses Unificado, que pasa por Aiquile y termina en Santa Cruz de la
Sierra.
Disfruté de este
trayecto. Es raro que diga esto de un viaje en micro. En
general suelo subir y dormirme la vida; no me atraen pero me
resultan cómodos. Vale aclarar que casi todos los micros que cubren la
región andina no tienen aire acondicionado, uno puede viajar
con las ventanas abiertas. Y el aire estaba muy calido afuera,
lo que hizo que, sumado a que apagaron todas las luces, el viaje
fuera muy agradable con un viento cálido corriendo en todo el
salón y en plena oscuridad.
Arrimando a la
medianoche llegamos a Aiquile. Se lo veía como un pueblo
santiagueño, como Añatuya o Herrera: tranquilos, con calles de
tierra y vecinos en las veredas, todo calmo. Allí la gente del bus paró a
cenar en un precario restaurante. Como yo estaba sin apuro, me
sumé a la comilona. Me senté con un pibe de Santa Cruz y un inglés
que venían a bordo. Y al rato me sorprendí al ver al italiano:
había venido en otro bus desde Sucre. El motivo de su
acercamiento era tomar el buscarril que yo mismo le había comentado en
el viaje desde Potosí. Cenamos los cuatro juntos: un argentino,
un santacruceño, un italiano y un inglés. ¿Qué tal?
Después de cenar
y tras la partida del micro con los otros chicos a bordo, fui con el italiano a la estación. Me llamó la atención que al
preguntar a unas adolescentes por la ubicación de la misma, me
respondieran que no sabían, que no tenían idea. ¡La estación de
tren!, ¡en un pueblo re chico!. Finalmente a fuerza de intuición,
llegamos. Entre la oscuridad divisamos la silueta rústica del viejo Dodge de mitad de siglo XX con sus llantas
metálicas esperando la aventura del día siguiente. ¡"Este" también
existe!, me dije por dentro, retrucando a todos los que
insistentemente me negaron su existencia en otros momentos del
viaje.
(IZQ) ---Incluyo el mapa
nuevamente como referencia de esta última parte del viaje: tramo Nº3, servicio G---
Por la mañana me
encontré con Andrea en la calle central de Aiquile, y me mostró
el charango que se había comprado. Esta localidad es considerada
la "Capital Nacional del Charango" por la fidelidad y cultura en
su fabricación. Estuvo bueno este encuentro
ya que fue arreglado por e-mail y no con celular (como hoy se
genera
todo encuentro en Argentina). Antes la vida era así: uno
decía "te espero tal día en tal lado" y listo, ¿no?
Al llegar a la
estación el buscarril aún se hallaba apagado, y había dos o tres
personas con equipaje grande, poco público en comparación con
Sucre. Al ratito llegó Hugo (el conductor) y José (el ayudante) para
comenzar el alistamiento. Mucho silencio y serenidad en la
mañana de Aiquile. Mientras esperaba la hora de salida observé las vías de playa
que desaparecían en un eterno pastizal y un mural con los
horarios y estaciones.
Finalmente Hugo
puso en marcha el Dodge '52 (remotorizado con un diesel Nissan).
Los pocos pasajeros que esa mañana decidimos dejarnos llevar
por la vieja traza ferroviaria en busca de Cochabamba, subimos a
bordo, listos para un
recorrido de nada más ni nada menos que 215 kilómetros (419 al
204 contando a Oruro como Km. 0) por trocha métrica, el equivalente a ir
desde Once a Bragado.
(Pequeño y
pintoresco, el buscarril alistado para la odisea a Cochabamba
| Panorama nubloso de la mañana de Aiquile)
Salimos a toda
velocidad de Aiquile y a poco de andar comenzamos a transitar
entre la neblina mientras rodeábamos cerros. Fue una constante
-de esta parte del viaje en particular- la presencia de animales
sueltos en la vía. En un principio parecía que eran excepciones,
luego se tornó insoportable. Era hacer 300 metros y frenar por
vacas, toros, gallinas, chanchos y más. Para peor, con
el rocío de la mañana era casi imposible hacer frenar al buscarril "en tiempo y forma", lo que hizo agarrar un ataque de
nervios a mi amiga Andre. Yo reconozco que también me puse tenso
pero a su vez entendía que no podíamos demorarnos: teníamos un
viaje de más de 200 km. por delante. Fortuitamente no llegamos a
lastimar a ningún animal (creo), todos se corrían un segundo antes.
Hugo (conductor) casi ni se mosqueaba, debe estar re
acostumbrado a esto.
(Huecos en la
montaña van abriendo paso al ramal | Paisaje similar
al de Misiones distingue a esta región)
Este buscarril es
más chico que el de Sucre, y más viejito. Tiene una capacidad de
20 personas sentadas en unas pequeñas butacas dobles. En este caso no
había asiento delantero ya que ahí está la puerta, pero se veía
muy bien desde las primeras filas. El italiano -que también
emprendió viaje con nosotros- prefirió ir al fondo y se instaló
allí casi todo el viaje. Yo me preguntaba, ¿Qué pensará él de este
viaje por el tercer mundo?...
Aparentemente este
sector recibió una renovación de vía hace unos 20 ó 30
años ya que avanzamos a buena velocidad y de forma estable.
Además se veía un riel
pesado y una buena densidad de durmientes por metro. O quizás
hubo poco tráfico de cargas a Aiquile específicamente.
A poco de andar
me percaté que Hugo movía el volante constantemente hacia
ambos lados. Me pregunté por dentro "Qué corno hacía". Y
era lo que intuí: el freno del vehículo. El volante está conectado a
una cadena que acciona un freno de forma manual. "Si le das
rosca" termina planchando las ruedas del bogie delantero que con el rocío,
como conté antes, hacía que siguiéramos unos cuantos metros más de
lo esperado en cada detención, acción que era complementada con
un rebaje de embrague. El buscarril de Sucre tenía, en
cambio, freno de aire, con comandos a la izquierda del volante.
Así a buen ritmo
fuimos avanzando y comenzando con el rutinario "sube-baja" de
pasajeros, la razón de ser de este servicio. Andre seguía en un
cuasi estado de coma por la situación de los animales sueltos, al
punto de enojarse (por dentro) con el conductor, cosa que evité
"saliera a la luz" ya que le expliqué que demoraríamos horas si
tuviésemos que ir a paso de hombre ante la presencia de cada
animal.
Además de
pasajeros, el viejo Dodge lleva pequeñas cargas. Por ejemplo, en un momento
descendió una mujer en medio de una chacra y bajó con tres
pesadísimas bolsas de cal. Pronto la fue a recibir
su marido para ayudarla al acarreo. Quién sabe si contarán otro
medio para hacer ese transporte...
Discurriendo por
la serpenteante montaña llegamos a Mizque,
la primera estación del recorrido. Al salir de este punto pasamos por
unos tramos en donde la vía estaba muy lavada (con sus
durmientes al aire) pero no es un peligro para el buscarril, por
su poco peso. Otro detalle que noté de esta vía es que sus
durmientes están cortados a sierra, y no con hacha como en gran
parte de la red de nuestro país.
Fuimos circulando
a la par de una ruta de tierra que está en obras de asfaltado.
Es impresionante la cantidad de obras referidas a caminos. En
todos los sectores de tierra que recorrimos en Bolivia vimos
obras en donde, o se está asfaltando o se está construyendo una
nueva ruta paralela, como es el caso de Potosí-Uyuni. Años atrás,
algunos amigos que habían viajado a Bolivia me habían dicho que
el transporte era un caos. Se ve que las cosas han cambiado para
bien ya que lo notamos bastante organizado a pesar de algunos
detalles.
Entre curva y
curva, promediando el km. 396 y pasando junto a unas trincheras
-en
donde se nota bien el colorado de la tierra- se nos cruzó un
chancho que no se si contó el cuento. Según vi, lo pasamos por
arriba pero no se escuchó ningún golpe. Pobrecito. Yo creo que
se salvó.
Uno de los
atractivos de este ramal es la existencia de 17 túneles que
prometen una incursión por el interior de la montaña. Y de a
poco fueron apareciendo los primeros. Realmente hermosos. También nos cruzamos con una
cuadrilla que, según me comentó Hugo, pertenece a una empresa tercerizada.
Al contactar entre ellos (tripulación y cuadrilla) noté en el
dialogo un tono de "reclamo mutuo" por sectores defectuosos.
(Curioso paso por
las lejanías de una ciudad con la cual no existe conexión,
estando el río Mizque de por medio)
(Cruzada con la
cuadrilla de VyO. Aquí subieron dos operarios que se encargan
de despejar derrumbes "in situ")
(El único
contracarril que vi en el recorrido, Km. 370 |
Arranca la zona de túneles, muchos sin revestimiento)
Tal como
esperaba, este servicio ferroviario nos iría arrimando a un
paisaje más tropical. Con el pasar de las horas nos fuimos
introduciendo en un verde vivo decorado, con las clásicas nubes
tormentosas que están siempre presentes en estas épocas
veraniegas.
Al pasar por
estación Tin Tin me llamó la
atención un andén alto como si fuese para
descarga de encomiendas. Obviamente todas las estaciones están
abandonadas, sin personal. Al haber movimiento de pasajeros noté
la confianza que había con Hugo y José, caso similar a lo
ocurrido con Basilio y Carlos en el otro buscarril. Se ve que
están hace mucho laburando en esta línea porque se conocen
todos. Además resulta increíble que estos dos hombres trabajen
seis días a la semana, con un solo franco. O sea, seis viajes
completos a la semana.
(Enorme edificio
de Est. Tin Tin, abandonado a su suerte)
Haciendo una
reflexión sobre el desempeño técnico del buscarril, es de
destacar que para circular por pendientes es ideal,
ya que tiene potencia de sobra, acelerando ágilmente en cualquier tipo de
relieve. Me arriesgo a decir que el viaje en el buscarril es
mucho más veloz de lo que era originalmente un viaje en tren
convencional,
descontando las paradas facultativas que se dan constantemente,
lo que en realidad hoy día constituye un valor agregado.
Mientras
bordeábamos la montaña a la derecha vimos un flamante puentazo
carretero con tirantes que cruza el río Mizque y une las dos regiones,
otra obra destacada de Evo Morales en estos últimos tiempos. Después, dejando esta llanura
-la que veíamos a nuestra
derecha- viramos rumbo nor-oeste.
Allí pasamos los túneles 2 y 3, uno de ellos con un largo de
840 metros. Una hermosa cascada perdida en el paisaje selvático
apareció a nuestro lado pero sin darme tiempo de sacar fotos por
la velocidad que llevábamos.
(Paisajes bellos
y solitarios es lo que ofrece este singular paseo por el tiempo
en manos de un viejo Dodge '52)
(Acomodando
equipajes en un lugar del ramal sin identificar |
Uno de los varios túneles, en este caso revestido)
(Hermoso puente
en arco en perfecto estado por el que pasaríamos instantes
después | Cada parada era la excusa para una foto,
en especial cuando había que sacar equipaje, lo que
hacía que pudiese alejarme un poco más para la toma)
(El
buscarril sobre el puente de arco de la foto anterior. ¡No pude
mejorar el plano ya que casi me desbarranco!)
Las estaciones se
seguían sucediendo. Llegamos a Chaguarani y subieron pasajeros que
solo hablaban en quechua. Por el poco espacio con el que contábamos y
la cantidad de bultos que se pretendían subir se producían
algunas discusiones a bordo ya que el viaje se tornaba incómodo. Casi no cabía un alfiler y ya había gente parada.
Sin embargo seguíamos raudos, y a toda velocidad atravesamos los
túneles 4 y 5.
Poco después
pasamos por Pajcha y más tarde por Vila Vila, estación con el
mismo nombre a la del ramal Potosí-Sucre. Casi todas estas
estaciones cuentan con triángulo de vías. Además, esta es la
zona plena de túneles. Algunos con revestimiento,
otros con piedra a la vista
o de configuración mixta, de acuerdo a las filtraciones de agua
detectadas en la construcción de los mismos.
En Vila Vila compré gelatina, que a pesar de venir en una bolsita de nylon
muy precaria, estaba exquisita, aportando un poco de azúcar
a mi desnutrido organismo. En Bolivia, de manera irresponsable tomé
agua de canilla en todos los lugares donde paré, e
increíblemente no me pasó nada. ¡Desmitifico por este medio!
Capitulo aparte:
Sivingani
En horas
de la siesta empezamos a circular por el lugar más increíble del
ramal, la zona de Sivingani. Cruzamos el río homónimo y
circulamos junto a él atravesando lugares de película, con
cascadas perdidas en medio de la nada e incluso una verdadera
garganta del diablo desde donde emergía un río subterráneo,
realmente fascinante. No pude sacar fotos ya que pasamos
volando. Me prometí -para la próxima- volver con el buscarril, bajar allí y esperarlo
hasta el día siguiente, pasando la
noche en carpa junto a esos cursos de agua.
(Estas dos fotos
muestran el cambio abrupto de una zona árida y el ingreso a la
verde Sivingani)
(Puente sobre el
río Sivingani | Las infaltables hojas de coca a
bordo de nuestro "tren")
(Particular boca
de túnel asemejándose a una decoración de escenografía | Una de
varias cascadas que vimos al paso)
Por la amabilidad
de Hugo y José, acepté bajar del coche una vez superado el río Sivingani
para poder sacar una foto panorámica del paisaje y el buscarril.
Ellos retrocedieron. Y cuando debían volver en mi búsqueda, perdieron adherencia de
forma tal que no podían salir de ese virtual pozo. ¡Y no había
caso!. Para poder solucionar este asunto, tuvieron que volver
unos 200 metros hacia atrás y tomar envión a fin de encarar la
subida. Ocurre que el rocío de varias cascadas de la zona van
mojando el riel y se torna patinoso.
-
VIDEO
/ Aiquile-Cochabamba en buscarril de FCA:
No recuerdo ahora
el paso por la mismísima estación Sivingani, pero quedé
deslumbrado con la belleza de este lugar. Y más atractivo se
hace al saber que el grueso del turismo se mueve por otras
zonas; estos lugares están prácticamente vírgenes de turistas
por su inaccesibilidad. Si alguna vez alguien quiere hacer este
viaje, prestar atención en el Km. 308 (hacia la derecha si se
viene desde Cochabamba). Luego me cuentan.
Un nuevo puente
se nos presentó al frente, junto a una cascada (foto sup-der).
Aquí Hugo nos hizo notar la presencia de vizcachas en la ladera
del cerro. Después llegó el paso por el túnel 15, con una
cascada natural en su extremo norte, haciendo aún más bello todo
este festín de paisaje y ferrocarril, la combinación perfecta.
(Boca norte del
túnel 15. Impactante. Cuando decidí conocer los buscarriles no
imaginé pasar por lugares tan mágicos)
Mientras me deleitaba
con estos paisajes me preguntaba como sería la época de los trenes
de carga desafiando estas curvas y pendientes con varias toneladas
encima. El último tren de carga hizo este recorrido en 1998. Los
trenes de carga venían con locomotoras Hitachi serie 900 ó 1000 con
5 vagones cargados, totalizando aproximadamente 290 toneladas.
Posteriormente el ramal entró en un período de incertidumbre (no
tengo mucha info de esa época, pero oficialmente ENFE -Empresa
Nacional de Ferrocarriles- habría dejado de operar la red en el año 2000) hasta que se consolidó el uso del
buscarril en 2005 por parte de FCA. Al principio sólo corría hasta Chaguarani y la intención era más turística que otra cosa, con
salidas ocasionales. Luego -por suerte- se extendió a la punta de
rieles en Aiquile y sus salidas se regularizaron.
En épocas recientes, factores climáticos
extremos en el sector Cochabamba-Oruro dejaron definitivamente aislado
al buscarril de toda conexión con la red andina, imposibilitando a
este vehículo visitar el taller Diesel Viacha, en cercanías de La
Paz, como así también hacer rotación o intercambio con el de Potosí.
(Saliendo del
triángulo de Est. La Cumbre, punto más alto de la línea |
Descenso en busca de Cochabamba)
Después de pasar La
Cumbre y desfilar por varias curvas en constante descenso tomamos
una recta que nos llevó a Sacabamba. Luego vino Anzaldo y San Fran.
A poco de pasar por ésta, en medio del monte, hicimos dos paradas
para comprar papaya y tunas. Casi todos los pasajeros bajaron a
hacer compras. Con Andre estábamos muertos de hambre ya que en este
viaje no hay venta de nada; no pasamos por ningún poblado
grande (como Vila Vila en caso del buscarril Sucre) y nos conformamos con
unas galletitas.
Un acceso ferroviario
vulnerable
Cuando nos íbamos
arrimando a Cliza, aún lejos de Cochabamba, ya se respiraba aire de
urbanización. Esta fue la primera ciudad que vimos. Y como toda
superpoblación, es sinónimo de posibles problemas. Aquí pasó algo muy
particular. Cuando estábamos tomando una curva de un triángulo que
está a un km. de est. Cliza, vimos un amontonamiento de operarios
(con chalecos que aparentaban ser de una empresa constructora) en el
medio de la vía. De pronto, al vernos, palidecieron. Y con señales
desesperadas de brazos, nos indicaban que debíamos retroceder. Nosotros,
sin comprender. Hugo, con un buen manejo de su instinto, dio marcha
atrás. Minutos después sabríamos que iba a caer sobre nosotros un
enorme eucalipto si no salíamos a tiempo.
(Anécdotas del
tercer mundo y un ferrocarril que da sus últimos suspiros
como servicio provincial)
(La vía casi
despejada, después de 40 minutos. ¿Amigos del Belgrano? No,
buscarril Aiquile-Cochabamba)
Resulta que en este
triángulo se está por montar un complejo de viviendas y para esta
tarea hubo que retirar varios árboles. Claro, en ningún momento
nadie se acordó de la existencia del pequeño buscarril. De hecho,
más adelante, ya había un árbol caído sobre la vía. Son muestras de
como se va perdiendo el respeto a la vía. ¡Si lo sabremos en
Argentina!
Hubo que esperar un rato
a que la cuadrilla de urbanización corte los troncos y libere la
vía. Una lástima, ya que veníamos bien de horario. En un viaje de 215 kilómetros
por la angosta boliviana, cualquier demora
puede devenir en llegar de noche a Cochabamba. ¡Te la regalo!.
Finalmente atravesamos
la abandonada estación Cliza, cruzamos un arroyo por un puente
invadido de basura y volvimos a la zona rural en una larga recta.
Con un clima lluvioso seguimos la marcha con una nueva dosis de
animales en la vía, a lo que se fue sumando paulatinamente la presencia
de gente deambulando por la traza, utilizada como senda
peatonal.
Antes de llegar a Cochabamba pasamos por una zona de
paseos (bastante pitucos) junto a un río, que me hizo acordar a la
traza del Tren de las Sierras por el dique San Roque. La vía se mimetiza con las calles, asemejándose a un
tranvía rural. Ya no tiene
la soberanía que habrá tenido alguna vez: no existen alambrados, no
hay zonas delimitadas, mucho menos guardaganados.
(Cochabamba de a
poco avanza sobre la traza ferroviaria. El paso del buscarril
evita obstrucciones definitivas)
Lo que vino en esta
última parte del viaje fue una sucesión de paradas obligadas por
constantes obstrucciones de vía. Vivimos una hora de sufrido avance
corriendo -a fuerza de bocina- animales sueltos, nenes jugando en la
vía, autos "siendo reparados" sobre la traza (¡posta!) y
un sin fin de tropiezos, digno de las últimas épocas del provincial
en los viajes con carga a Est. Monteverde.
(Detención junto
a la ruta y a una calle de barrio | El aspecto de la
vía en muchos sectores es preocupante)
Después del
lento paso por los suburbios
cochabambinos
arribamos al portón de acceso de la gran estación central.
Me dio mucha tristeza ver semejante predio de cargas, con
enormes galpones y una gran parrilla de vía, totalmente
abandonado. Unos cientos de metros antes de llegar a este
punto pasamos junto a otros galpones y noté la presencia de
un radiado buscarril muy extraño, con una cabina similar a
la de un teleférico y un espacio para los pasajeros, como si
fuese un semi-remolque de ganado. O sea que el uso de
buscarriles en Bolivia viene de larga data, siendo que
existen algunos de estos apartados hace tiempo.
Para dejar el
buscarril mirando hacia el sur, se hace la maniobra de
inversión en el triángulo de la vía que iba a Oruro. Cuando
llegamos a la punta del cambio tuvimos que abrir unos
portones ya que la playa está protegida con alambrado. Al segundo
portón no lo pudimos cerrar, entonces usamos la fuerza del motor Nissan para hacerlo.
Pormenores de un ingreso muy vulnerable y desgastante para
su tripulación.
(Vista de la vía
que sigue a Oruro, actualmente abandonada | Cierre
del portón complicado)
(En esta toma del
G. E. se distingue el pequeño buscarril -con trompa mirando
hacia Aiquile- y el aglomerado de la ciudad que abraza a la estación
¿Amenazante para el futuro del servicio que aún tiene el
privilegio de llegar a pleno centro?)
A paso de
hombre y yendo marcha atrás, arribamos a los andenes de
Cochabamba. Y de esta forma dimos fin al viaje después de
una travesía de ocho horas. No es mucho si tenemos en cuenta
todo lo ocurrido y las condiciones de la traza. Mientras
veía bajar a los pocos pasajeros arribados, reflexioné sobre
mi inquietud de viajar a conocer estos servicios. Y siempre
llego a la misma conclusión: vengo porque son susceptibles
de desaparecer. No visité las minas de Potosí; van a estar
siempre. El buscarril, no lo sé. En Latinoamérica a los
trenes hay que tomarlos y disfrutarlos hoy, y dejar
testimonio de su frágil supervivencia y existencia.
(El heroico
buscarril finalizando su viaje en la majestuosa Cochabamba.
Mañana deberá volver hacia Aiquile)
(Qué más decir:
¡Larga vida al buscarril! Y que esta rústica imagen se pueda
perpetuar en el tiempo)
Agotado pero muy satisfecho, me
sumergí en la vorágine de la ciudad buscando un lugar para dormir y pasar mi
último día libre antes del vuelo a Buenos Aires. Y de repente me causó asombro
notar que estaba caminando por el mismo lugar al que había llegado dos semanas
antes, esquivando los mismos puestos de ropa y comidas de esa feria furiosa,
para intentar salir del edificio de la estación. Pero esta vez pasé feliz y
empachado de "ramalear". Y me surgió una última reflexión: qué mágico resulta
trasladarse por ferrocarril cuando su futuro es incierto, porque nos permite
tomar conciencia y valorarlo realmente, sea en Argentina, Brasil, Chile o en
cualquier parte del mundo. Qué bueno que la llama de esta pasión siga intacta y
sin fronteras.